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Son la maternidad y la paternidad los mayores dones concedidos a los seres humanos por la madre Naturaleza, siendo al mismo tiempo lo más sensible y el epicentro vital más vulnerable. Los hijos deslumbran nuestra vidas con sus arco iris de colores y de alegrías con infinito encantamiento. Son los magos que con su magia nos cambian los sueños y nos cambian la vida.

Por eso entendemos muy bien al Coro en la Medea de Eurípides, cuando exclama interrogando: “¿Por qué los dioses, además de tantos otros, han de causar a los hombres (seres humanos) este dolor, el más acerbo (cruel) de todos, el de la muerte de los hijos?”

Aunque la muerte es un fenómeno natural, ya que todo lo que nace debe morir, cuando se trata de la muerte de los hijos hay una subversion contra natura, porque los padres deberían morir antes por ley de vida. Cuando esto sucede, es como si hubiera una fuerza oculta empeñada en destruir lo armonioso de la vida, tronchando destinos en vez de coronarlos. La muerte hurta a la vida su melodía. Para los padres, cuando uno de sus hijos/as pierde la vida, su vida nunca jamás será la misma, lo sabemos, pero el reponerse cuanto antes es un imperativo categórico.

El tema del libro tiene su apoyatura en la muerte de dos hijos de familias muy queridas para el autor, que viven la tragedia de la pérdida de sus hijos, en torno a los veinte años en accidentes de tráfico, y se enfrentan con la tragedia y entienden que tienen que aceptarla, integrarla, asumirla y superarla, aunque sea lentamente.

“Pero la vida tiene que seguir y ni la familia ni los hijos idos desean nuestra infelicidad” – me confiesan sus doloridas madres, porque el recrearse en el dolor por el dolor ni es funcional ni es productivo, de ahí se deriva la necesidad del proceso rehabilitador en la búsqueda del equilibrio, que consiste en crear un lugar dentro de los padres, donde el hijo/a ido/a pueda descansar en paz como parte del recuerdo paterno y materno, teniendo siempre presente aquello que dicen los buenos poetas:

“Nunca morimos del todo. Las personas realmente mueren cuando son olvidadas y dejan de ser amadas”.

Es por eso que los hijos continúan viviendo en lo más sagrado de las mentes de los progenitores, con altares en los que diariamente les rinden culto de amor y de veneración, en la búsqueda siempre de una mejor calidad de vida personal y familiar, a pesar de la muy significativa ausencia.

“Si te llevo conmigo, eres y estás ya siempre”, decía una poetisa agobiada por el dolor de la pérdida, en busca de consuelo.

Cuando un hijo se va - Primitivo Martínez Fernández

SKU: 9781881716013
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